Soy la niña que espera parada en el jardín. Me veo y descubro que, a veces, los niños dejados solos pueden ser terroríficos. No hace falta que tenga una apariencia macabra, o tener el pelo negro sobre el rostro. Simplemente el hecho de estar sola, en medio de la oscuridad, tras de los árboles, sin decir una palabra, sin llorar, sin sonreír, sin ningún interés por lo que me rodea, provoca miedo.
De todos modos la idea no me divierte, como seguramente lo hubiera hecho un día cualquiera. Me hubiera dado hasta risa el imaginar a los otros asustados, confundidos, tal vez paralizados por un instante. Pero hoy no, hoy sólo espero y llevo ya más de una hora esperando. El asunto es que ahora empiezo a creer que quizás me hayan dejado abandonada y tal vez no vengan por mí. Estoy parada en medio de la hierba húmeda, mirando fijamente en dirección a la esquina que me haría llegar a casa, si decidiera regresar. Llevo un vestido porque mamá me dijo que hoy iríamos a otro lugar. Un lugar diferente, dijo, me miró a los ojos y me repitió: todo va a ser diferente. No lo dijo, pero yo supe que se refería a la más notoria y anhelada diferencia. Mamá no se veía radiante, pero pude percibir en sus ojos un brillo, una luz escondida, mientras me decía que prepare mi mochila, no lleves nada que haga bulto, sólo lo que piensas que podrías extrañar demasiado, fueron sus palabras.
Recogí mi mochila de la escuela y la vacié, mis cuadernos no son algo que iría a extrañar demasiado. Busqué entre mis juguetes el llavero de bolitas que me había regalado Mateo y encontré a mi bebé mirándome con sus ojos celestes, su cabeza pelada y su boquita semi-abierta esperando el chupón que en realidad ya no existe desde el día que lo dejé olvidado en casa de unos tíos, la bebé no lo sabe. Le puse el abriguito que tejió mi mamá en navidad y la cogí debajo del brazo. Mis horquillas preferidas, el espejito que me regaló la abuela, mi chompa con los botones de Hello Kitty, el cuaderno de dibujos con la media docena de colores que me parecieron importantes para dibujar un nuevo lugar, lleno de flores y un sol que sonríe. Ah, mis dibujos, mis diversos soles que sonríen y las estrellas, los retratos de mamá, mi propia imagen hecha en palitos con los pelos parados y la sonrisa demasiado grande, todos esos dibujos los despego de la pared y los pongo dentro del cuaderno, donde sea que vayamos a estar después, necesitaremos sentirnos en casa. Recogí el tetris y unas cuantas cachinas, mi liga de saltar por si nos espera un viaje aburrido.
Todavía quedaba espacio en mi mochila, di una vuelta a la habitación con la mirada, realmente no iba a extrañar nada de esto, hubieron momentos buenos en los que me divertí brincando entre una cama y la otra, pero la mayor parte eran recuerdos tristes. No extrañaría nada más, tal vez ahora debería enfocarme en las cosas que me gustaría conservar. Reposé mi vista sobre el cinturón rosado que cambia de color cuando lo mueves… la regla con los conejitos que persiguen las burbujas, mi taza de cepillarme los dientes, con sus pescaditos que flotan en el agua azul, el cepillo de dientes. Mi perfume de Frutillita y tantas manillas o brazaletes como podía llevar, me los colgué de las muñecas y al observarme me di cuenta que no llevaba un atuendo adecuado para llegar a nuestro nuevo lugar diferente. Corrí al ropero y busqué mi vestido más bonito, fue fácil decidirse, me pareció que es el que usé en la boda de mi tia Laura. Todos me dijeron que me veía muy bien y que ahora si parecía una señorita. Es grande e incómodo pero puedo hacer el sacrificio. Quisiera que a mamá y a mí nos reciban con grandes sonrisas y así será si les parezco una señorita en lugar de una travesura andante de voz chillona.
Me puse el vestido muy deprisa, mamá no había vuelto, pero mi corazón latía muy rápido porque por algún motivo me parecía que en cuanto ella viniese, no habrá tiempo para nada. Medias blancas con encaje y los zapatos negros de charol. Mi cabello era un desastre, lo cepillé y me di cuenta que el cepillo de madera será muy útil en el nuevo lugar al que iremos, peiné mis caprichosos cabellos, son muy delgados y eso siempre me exaspera, se enredan muy fácilmente y yo aún no se trenzármelo. Me lo puse todo atrás y utilicé un cintillo que tampoco será despreciable tenerlo allá. Puse el cepillo de madera en mi mochila y vestí una chompa roja que mamá tejió para mí. Me colgué la mochila y me senté a esperar. Odio esperar y deseaba con muchas fuerzas poder jugar con el tetris que estaba en mi mochila pero no quería fallar al llegar el momento. Me senté y me sumí en una pelea con mi cerebro para evitar que se distraiga. Mamá fue muy específica, me dijo que volvería por mí y nos iríamos, que no tenga miedo, que debíamos hacerlo rápido. Se lo que significa, lo descubrí a través de sus ojos amoratados, cuando papá le gritaba.
Ahora espero en el jardín del parque, el sol ya no brilla y la gente ahora se ve mucho más opaca que de costumbre. Los chicos con guardapolvo ya pasaron por detrás de los árboles que me rodean. Me vine por en medio de los arbustos porque es aquí donde nos recostábamos con mamá a observar a los loros pasar gritando. Siempre nos echábamos en el pasto y olvidábamos los golpes y las lágrimas. Mamá, en sus mejores días gritaba para remedar a los loros, yo nunca me atreví pues me daba vergüenza. Al volver a casa, ella y yo fingíamos que no nos amábamos tanto para no despertar celos o furia. Nunca me instruyó así pero es una de esas cosas que se comunican sin necesidad de palabras. En casa ella se ocupaba de sus labores de mamá y yo conocedora de mi rol de hija, me ponía a jugar cerca de ella. Jugaba con mi bebé o con las muñecas flacas, les construía autos con los cajones de la cómoda y poleras enrolladas. La observaba, ella pensaba en quien sabe qué cosas, pero las pensaba muy a conciencia, tanto que a veces no escuchaba a papá llegar. Él llegaba y si nos encontraba aquí todo estaba en orden, a menos que mama hubiera olvidado algún encargo o planchado mal sus camisas, los peores eran los días en que llegaba malhumorado sin motivo. Me miraba con furia y yo abría los ojos para descubrir antes que él cualquier error que hubiera podido cometer, cualquier falta que estuviera llevando a cabo aun sin darme cuenta, lo saludaba con respeto, casi sin abrir los labios, casi temblando, me ponía firme y escondía con mi cuerpo a mis muñecas. Casi siempre mi estrategia era efectiva, pero mamá nunca tenía tanta suerte, él siempre encontraba cualquier error en su presencia, cualquier motivo era justificación para que se pusiera a gritarle y cuando ella le respondía la amenazaba empuñando su brazo en alto. Mamá a veces callaba pero otras veces era demasiado tonta como para contestarle, yo la odiaba en esos momentos, porque a papá no podía odiarlo pues, para él, no me alcanzaba sentir nada más que miedo.
Mamá vino hoy y me encontró sentada en la cama, con los ojos abiertos, la mochila en mi espalda y asustada. Sé que esta no es la hora de la llegada de papá, pero quien sabe, tal vez él hubiera olido en el aire mi miedo, desde su trabajo o desde la calle. Dicen que los perros pueden sentir tu miedo, y por eso te atacan, él debe poder hacerlo también, es más tal vez ya sabe de nuestra idea y planea llegar más temprano a casa. Sentada en el borde de la cama, contemplo la puerta, temblando, escucho una llave dar vuelta y mi corazón tiene ganas de esconderme bajo la cama, pero por suerte quien entra es mamá, corro y la abrazo. Tiene lágrimas pero está feliz. Se las seca y me sonríe, yo siento que mis lágrimas vuelan desde mi garganta a mi nariz, el punto exacto en medio de mis ojos, siempre que la veo llorar mis lágrimas corren al exterior para saludar a las suyas. Me dice shhhh no llores. Sus palabras son mágicas pero consiguen el efecto contrario, mis lágrimas ruedan y caen precipitadamente sobre mi chompa roja. Se arrodilla para abrazarme y me dice que todo va a estar bien que ella no llora porque está triste, sino que son lágrimas de alegría. Tengo mis dudas pero atino a sonreírle. Seca mis lágrimas con su mano y me mira a los ojos, la luz está ahí, bien al fondo, pero sus ojos brillan con avidez. Me dice escúchame bien, quiero que vayas al parque, a donde nos echamos para mirar a los loros ¿te acuerdas? Ahí, quiero que me esperes, no puedo salir contigo porque necesito las llaves que tiene tu papá en su llavero. Lo voy a esperar y cuando el venga, yo saco el dinero y te doy alcance ¿Si? Yo vuelvo a llorar, me parece que es una idea muy mala y que todo podría salir mal, pero ella me sonríe y me da valor. Niña, confía en mí, son sus palabras. Me besa y me abraza de nuevo y me manda a la calle.
Al correr por la calle mi mente vuela confundida entre las imágenes de nuestro nuevo lugar diferente, imagino un gato, una ventana iluminada, cortinas que se mecen suavemente, el olor a la sopa con orégano, me imagino a mamá observando a papá llegar, con una idea fija en la cabeza pero tratando de mantener los gestos más neutros posibles. Busco la cara de papá entre mis recuerdos pero solo lo veo trasfigurado por la ira, por sus gritos, en realidad en mi mente tiene cara de grito. Es raro pero no puedo imaginarlo, es solo un grito con puños alzados. Sigo corriendo, los gritos de los loros fijos en mi mente, las imágenes de la sonrisa de mamá entremezcladas con sus lágrimas de alegría de hoy. Sí, podrán ser lágrimas muy diferentes de todas las otras lágrimas, pero igual son lágrimas, así que no me gusta verlas.
En el parque empieza a anochecer. El gris neutro se convierte en gris oscuro y los arbustos y árboles en negro intenso. No quiero llorar así que no hago nada, trato de no pensar en las posibilidades o en lo que podría estar pasando, así que pienso en lo que pensará la gente que me ve. En lo que pensarán al ver a esta niña parada sin intención y sin gestos, sin moverse y sin cansarse. No sé cuántas horas pasaron pero ya cayó la noche y mamá no llega. Seguramente algo pasó, no quiero hacer conjeturas ni imaginar que pasó, porque mi cerebro y mi cuerpo se pondrán a luchar para manejar una reacción, tal vez me pondría a correr, tal vez me botara al piso y me inundara en lágrimas, tal vez me pusiera a gritar. Nada de eso haría orgullosa a mamá, tengo que seguir su plan.
Todo son masas negras ahora alrededor mío, tal vez mamá no lo logró. Al pensar en eso mis manos no pueden evitar estar inquietas. Las pongo juntas de manera que una sostenga a la otra y trato de mantener la compostura. Mi mirada se nubla y me doy cuenta que lo que me impide ver no es solo la oscuridad sino mis lágrimas que llenan mis ojos que se rehúsan a cerrarse. ¿Y si mamá no viene? ¿Y si papá la encontró y en estos momentos la está golpeando? ¿Y si muero aquí mismo? Cierro los ojos con fuerza porque no puedo más soportar el cosquilleo del agua que se enfría en el pequeño espacio que hay entre mis párpados, las lágrimas gotean, gruesas. Esta vez sí lloro como un niño, me escucho gimotear y luego me da más llanto porque me doy pena. Por en medio de las luces amarillas que veo afuera, se oyen pasos apurados. Abro los ojos e intento entender, pero unos brazos se cierran alrededor mío. Reconozco ese olor, mamá se arrodilla junto a mí y lloramos juntas. Me besa repetidamente y salimos corriendo, llorando de alegría, hacia nuestra vida diferente.
2015.